Participación ciudadana: ¿De verdad podemos cambiar las cosas?
ETHIC – Alberto Alemanno comments on citizen participation and access to lobbying, as The Good Lobby opens in Spain.
Los retos del siglo XXI son cada vez más complejos y requieren la participación activa de todos los actores implicados. El lobbismo ciudadano gana protagonismo y se alza como uno de los mecanismos más prácticos y positivos. La incidencia pública es efectiva si se activa un buen lobby.
Hace poco, en un debate sobre participación ciudadana con expertos de distintas áreas y una buena masa de sociedad civil, surgió la pregunta de cuántos en la sala habían firmado alguna vez una petición, de lo que fuera. La sala se inundó de manos alzadas. Pero al indagar cuántos de ellos habían tenido la curiosidad de ver lo que había pasado con la demanda después de haberla firmado, las manos en el aire fueron muchas menos. «Ese es el problema: hemos mercantilizado la participación y eso no es bueno», apunta Alberto Alemanno, profesor universitario, abogado, activista y fundador de The Good Lobby. «Tenemos que darle más oportunidades al ciudadano y desarrollar el modelo de la participación más allá de la petición y de la firma», reivindica.
Vivimos en una sociedad que nunca ha sido tan educada ni ha tenido tanta riqueza (aunque mal distribuida) o una expectativa de vida tan elevada. Sin embargo, al mismo tiempo, la ciudadanía se siente impotente, ignorada e incapaz de cambiar ciertos aspectos políticos, sociales y ambientales: la inflación, la alta polarización, el cambio climático, la eficiencia energética, la descarbonización, el aumento de población o la sostenibilidad de los entornos. El conocimiento y la preocupación ciudadana por asuntos que le atañen ha hecho que su participación sea clave para hacer frente a los retos del siglo XXI y cumplir con los objetivos marcados en la Agenda 2030 de Naciones Unidas.
La innovación y la tecnología han permitido desarrollar herramientas efectivas a niveles nunca antes vistos. Instrumentos como las plataformas digitales, hoy al alcance de todos, nos empoderan de una manera inimaginable hasta hace poco, pero, paradójicamente, parece que no sabemos obtener todo su potencial y hacer que la ciudadanía entre a formar parte del proceso de toma de decisiones político. Porque es precisamente ahí, en la arena de la política pública «donde se introduce el cambio sistémico, ese que significa cambiar las reglas para todos», señala Alemanno. Para llegar ahí «no basta solo con protestar, eso es muy fácil», asegura el experto; hay que entrar en la agenda política a través de los poderes públicos. Y para eso, es necesario fomentar una cultura ciudadana participativa.
Innovación democrática
Los nuevos tiempos requieren nuevas formas de participación y de compromiso democrático. La política no empieza en los partidos políticos ni termina en las urnas. «La política, entendida como la forma de organizar y administrar el poder, es consustancial al ser humano y, por lo tanto, no debería ser solo algo de los políticos profesionales, sino que nos atañe a todos los ciudadanos», señala el politólogo Pablo Simón.
Tal vez suceda que, hasta la fecha, se ha entendido, o dado por supuesto, que los partidos políticos eran quienes hacían política, entre otras cosas, porque el marco institucional que surge del 78 les quiso empoderar demasiado, restando protagonismo a otros agentes sociales, como los lobbies. Pero, en los tiempos que corren, «los representantes políticos necesitan a la ciudadanía más que nunca», explica Alemanno. Una forma de ayudarles es el lobby ciudadano. Hace falta «innovación democrática», opina, «porque la legitimidad del proceso electoral ya no es suficiente y, entre una legislación y otra, se necesita un espacio para deliberar».
Este tipo de lobbismo propicia ese espacio de deliberación. «Los ciudadanos somos agentes de cambio que podemos influir y convencer a los poderes públicos», señala Irene Milleiro, directora de Ashoka en España. Unos políticos a los que con nuestra participación, de paso, «les recordamos que la soberanía es cedida», apunta Milleiro; transferida por la ciudadanía a través de un pacto social del que la clase política no debe olvidarse. De ahí la importancia de esta nueva forma de participación: cuantos más ciudadanos lobistas, más activa, fuerte y sana estará nuestra democracia.
Según Milleiro, «[la ciudadanía] todavía no sabe el poder que puede llegar a tener con las herramientas adecuadas». Aunque para el politólogo Simón no se trata solo de la falta de conocimiento de técnicas de influencia ciudadana, sino de tres factores que deben confluir para que se dé la participación: «poder [hacerlo], querer y que te llamen». Desde su punto de vista, en España hay potencial para el lobby, pero no con la fuerza suficiente como para provocar cambios en las agendas políticas. «En España no se hace [lobbismo] en el poder legislativo, como en Estados Unidos o en la Unión Europea, sino en el ejecutivo», lo cual es erróneo, asegura. «Hay que dar más recursos, pero también simetrizar el terreno de juego», afirma.
La unión hace la fuerza
La fuerza del buen lobby es un indicador del grado de madurez de una sociedad civil y, por ende, un buen mecanismo para enderezar una democracia y alcanzar el cambio sistémico. Una tarea titánica que requiere la actuación de todas los actores implicados. Junto a los ciudadanos, hace falta la colaboración de ONG, empresas con sus accionistas, inversores o analistas financieros. «Interesa la interlocución con distintos agentes, [entre otras cosas, porque] es imposible que el legislador sepa de todo siempre», reconoce Borja Sémper, portavoz de campaña del Partido Popular.
En todo este esquema de despertar conciencias y promover la participación, no podemos olvidarnos de un agente clave: los jóvenes. «El asociacionismo joven en España es muy potente; lideramos muchas causas, como el debate en asuntos de cambio climático o salud mental», cuenta Andrea Henry, presidenta Consejo de la Juventud de España. El problema, señala, es que existe «cierto paternalismo al pensar que por ser jóvenes todavía no tenemos una idea formada sobre un asunto o no sabemos de algo».
Democratizar el lobby y promover un sistema más justo e igualitario, gente joven incluída, es uno de los objetivos de The Good Lobby, una organización sin ánimo de lucro que busca «promover una mayor igualdad de acceso al poder, mejorar la capacidad de las organizaciones de la sociedad civil a la hora de defender sus inquietudes en la agenda pública, contribuir a la regeneración de nuestra democracia», explica Alfredo Gazpio, uno de sus impulsores en España.
Como reconoce, el reto que se presenta por delante es conseguir que el lobbismo «se haga de manera transparente, coherente, ética y trazable, de acuerdo a unas normas del juego que garanticen su funcionamiento». Otra forma de hacer las cosas es posible. La partida del buen lobby ha comenzado.